El protagonista de este artículo tiene el talento y la habilidad de hacer unas obras creativas llenas de originalidad, y con un sello tan personal, que desvelan en cada trazo la mente abierta y curiosa de un pintor capacitado de explorar diferentes caminos creativos y encontrar inspiración en la cotidianidad. Cubano de nacimiento y residente canario, Juan Carlos Sánchez Lezcano es un verdadero malabarista de los pinceles.
El dramaturgo Manuel Hurtado López reflexiona sobre el trabajo del artista señalando que habita un espacio donde la realidad se fragmenta en sueños recurrentes, quejas y temores exagerados hasta adquirir una forma inconfundible. Repetición y transformación son hilos conductores en un universo artístico que se despliega como una conversación continua entre lo personal y lo colectivo, lo vivido y lo imaginado.
Lezcano es un narrador visual que no teme exagerar, forzando la realidad a mostrar sus colores y dimensiones más crudas. Estas imágenes, tan familiares como distantes, construyen una poética del desasosiego, un diálogo continuo con la repetición como epífora, una suerte de eco persistente en el espacio creativo. Estos sueños, sin locación ni orden, escapan al control consciente del artista, pero se muestran con una precisión que solo los años pueden lograr. Cada pieza se convierte así en un portal hacia lo que ya hemos visto, pero que nunca dejará de sorprender.
El artista pinta con lo que tiene a mano, como él mismo dice, con los pinceles que estén disponibles, pero sus colores siempre son vibrantes, casi como puntos focales que atrapan la atención y no permiten que la mirada se desvíe. Aquí, la mancha, lejos de ser un accidente, es el alma de su técnica, se convierte en defensa, en un grito que también es llanto. En palabras del artista, “lloro desde que nací”, y ese llanto, repetido y multiplicado, se desborda en cada trazo, en cada sombra.
Sin fecha de vencimiento
El historiador Desiderio Borroto Fernández fue el encargado de presentar este proyecto expositivo que se puede ver en la galería tinerfeña ArtGoma: “es una reflexión sobre la temporalidad. No se trata de la caducidad de los objetos o las experiencias, sino de esa sensación constante de estar viviendo un tiempo que no se termina de agotar. ¿Qué pasa cuando no encontramos esa fecha que marca el final de algo? ¿Qué sucede cuando seguimos acumulando carpetas y recuerdos sin tener un lugar donde drenarlos? Esta es la interrogante que subyace en sus piezas: una búsqueda perpetua, una espera interminable en la que lo importante no es vencer, sino sobrevivir al tiempo.
Con una carga conceptual que abarca desde la migración hasta las heridas emocionales, las obras de Juan en esta exposición son un testimonio del poder de la imagen para contar historias que no caducan, que persisten y nos confrontan con lo que somos, lo que hemos sido, y lo que tal vez nunca llegaremos a ser”.
Atípico
“Juan Carlos, un hombre que sé que es especial, no por ser mi amigo, mi hermano, sino porque pasó por esa guerra de ser cubano, y al pasar, encontró razones, códigos, mecanismos, caminos internos que le hicieron la mente aguda, crítica, irónica, profunda. Con aciertos y contradicciones, dio lugar a un artista que trae mucho encima, a un rebelde con causa, a un hombre y a un muchacho que le preocupa todo, que lo ve todo, y que, como Martí ante la muerte de aquel esclavo, tampoco se puede quedar callado.
Así que habla, grita, discute, escupe sus cuadros en la cara y no le importa si te gusta o no. Los incrusta en la pared y en tu retina, a veces amable, a veces con ira, y a veces porque no queda otro remedio”, revela Borroto Fernández.
Estilo inherente
“La estética propia de Lezcano, que es un valor en sí misma, un nuevo sabor que es resultado de quedar vivo a un tiempo oscuro, y que, como todo parto, da a un nuevo ser. Porque sobrevivir a veces es nacer de nuevo, y nuevos en su hacer son muchos recursos plásticos que usa como medio comunicante, como valor estético, como accidente controlado que compone o descompone a voluntad la idea a tratar: la crítica social, el perro que muerde, el perro que es niño, el niño que vale lo mismo que el perro. Encuentro también un impulso abstracto que se arma de valor, que sin compromisos técnicos a idealizaciones subjetivas, habla con libertad. Y habla bien, con limpieza y arriesgados cromatismos que traen luz y, sobre todo, belleza a ciertos hallazgos estéticos que, siendo un final ineludiblemente figurativo, sus órganos internos son abstractos en la intención y en la práctica”, describe Desiderio.