Conrado Díaz Ruiz, Abriendo Gavetas

Conrado Díaz Ruiz
Detalle exposición Abriendo Gavetas en Círculo de Amistad XII de Enero

El artista tinerfeño de este artículo tiene alma de maestro. Sociable y generoso por naturaleza, irradia una profunda vocación docente que se refleja, no solo en su forma de enseñar sino también, en su pintura de inconfundible sello personal. Conrado Díaz Ruiz, con una trayectoria plenamente consolidada y reconocido con numerosos premios nacionales e internacionales, mantiene intacta la curiosidad y la pasión que siempre han guiado su camino. Fiel a su espíritu de aprendizaje constante, no duda en seguir formándose junto a su admirado maestro Antonio López, de quien continúa aprendiendo con el mismo entusiasmo, respeto y humildad que lo han acompañado a lo largo de toda su carrera.

Morada Inspiradora

En el hogar de Conrado, el arte siempre ocupó un lugar privilegiado. Su padre, un hombre polifacético y amante del dibujo, le transmitió desde pequeño la pasión por la creación. Siempre había herramientas para dibujuar al alcance del niño, que las utilizaba para dar vida a sus primeras obras. Hoy conserva con cariño los álbumes donde guarda aquellos dibujos y acuarelas que pintaba al aire libre con tan solo diez años. Por entonces, copiaba cuadros que decoraban su casa o llenaba de bocetos cualquier superficie disponible: libros, cuadernos, incluso su pupitre.

El primer impacto visual que lo marcó profundamente llegó a través de dos cuadros colgados en las paredes del hogar familiar. “En 1977 mi padre trajo dos obras de Víctor Esquerro, El parto idealizado y La mujer objeto, de un surrealismo onírico y potente. Aquellas pinturas fueron decisivas para mí. Vivíamos en una casa pequeña del barrio del Toscal, en Santa Cruz de Tenerife, y esos dos cuadros grandes lo llenaban todo, en el mejor sentido de la palabra. A partir de entonces, sentí que se abría ante mí un mundo nuevo. Todo lo que hacía en esa época estaba impregnado de Surrealismo”, recuerda Conrado.

Los padres del artista supieron ver el talento que su hijo atesoraba y, siguiendo el consejo de su profesora, la señorita Malocha, no dudaron en apoyarlo para que estudiara Bellas Artes. Un acierto rotundo, pues desde entonces Conrado no ha dejado de explorar, crear y enseñar, manteniendo siempre viva esa mirada curiosa y soñadora que lo acompaña desde la infancia.

Promoción 1984-1989

Comienza la licenciatura de Bellas Artes en San Cristobal de La Laguna en 1984. Durante el primer curso se reencuentra con su antigua profesora del colegio Malocha, quien ahora será su docente de pintura. Ella le brinda una gran libertad creativa en clase, algo que marcará un antes y un después en su desarrollo artístico, ayudándole a ganar confianza en sí mismo. Un ejemplo significativo de esa etapa es el cuadro del Bodegón, expuesto hoy en una de las salas, que pertenece a uno de los ejercicios propuestos por la profesora: aprender a observar y analizar las variaciones del color dentro de una obra.

En aquel entonces, la estructura de Bellas Artes combinaba de manera equilibrada las asignaturas comunes con las de especialidad, algo muy diferente al plan actual de cuatro años con materias cuatrimestrales. “Cuando yo estudiaba la licenciatura, cursábamos tres años de asignaturas comunes —dibujo, pintura, escultura, anatomía y dibujo técnico— y dos años de especialidad (diseño, escultura o pintura). Aquella época fue, sin duda, una de las mejores en cuanto a formación. Esa base común hacía que los grupos estuvieran muy cohesionados; durante los tres primeros años todos trabajábamos al mismo ritmo, y eso fortalecía la unión. Después, aunque cada uno eligiera su especialidad, no había distinciones: todos éramos amigos, desde las primeras promociones hasta las últimas. Recuerdo especialmente cuando Francis, el actual dueño de la Sala Bronzo, que por entonces cursaba un año superior, tuvo la brillante idea de organizar acampadas al aire libre junto a los alumnos de primero. Nunca olvidaré ese espíritu integrador y tan enriquecedor que vivimos durante aquellos cinco años de Bellas Artes; fueron, sin duda, los más bonitos de vida y formación artística.” señala con nostalgia.

Tras aquella experiencia tan enriquecedora, continúa manteniendo una estrecha relación con muchos de sus compañeros de facultad —como José María Cabrera, Elena Galarza o Emilia Martín Fierro—. Un reflejo de esa amistad perdurable es el grupo de WhatsApp que crearon bajo el nombre “El 84 nos unió”, donde siguen compartiendo recuerdos, proyectos y la misma complicidad que los unió hace décadas.

Modelando el camino

Su esposa, la artista Freya Jaén Medina, natural de Las Palmas de Gran Canaria, coincidió con Conrado Díaz en la Facultad de Bellas Artes cuando cursaba tercero. Durante el cuarto año iniciaron su relación, y en quinto se convirtieron en padres por primera vez. Poco después, descubrirían que su hijo presentaba una discapacidad severa.

A pesar de la juventud y de los desafíos que la vida les presentaba, ambos supieron encontrar en el arte un refugio y una forma de equilibrio. Entre lienzos, pinceles y largas jornadas de estudio, criaron con amor y dedicación a su hijo, demostrando que la sensibilidad artística también puede ser fortaleza y entrega.

Finalizadas sus licenciaturas, la familia continuó creciendo con el nacimiento de sus dos hijas, quienes, siguiendo el ejemplo de sus padres, también abrazaron el camino del arte.

Abriendo gavetas

El título del proyecto expositivo surge de una expresión portuguesa muy arraigada en el archipiélago canario: abrir gavetas, es decir, abrir cajones. Una acción perfecta para lo que este proyecto representa: un acto de mirar hacia dentro, de rescatar lo que el tiempo ha guardado en silencio. En ellas, a lo largo de los años, Conrado ha ido acumulando un sinfín de dibujos que permanecían prácticamente inéditos. Al revisarlas, descubrió un universo de dibujos realizados en el tiempo, testigos de una vida dedicada a la observación y al arte. Fruto de llevar siempre consigo, un bolígrafo y una libreta de dibujo.

La exposición se inauguró en un momento muy simbólico: el 16 de octubre, día en que el artista cumplió sesenta años. Esa fecha se convierte en un punto de inflexión, una manera de cerrar un ciclo y volver al origen. No es casual que la muestra se celebre precisamente en el Círculo de Amistad XII de Enero, el mismo espacio donde, en 1988, presentó su primera exposición individual —una colección de paisajes en acuarela con ciertas incursiones en lo surreal—.

La propuesta ocupa dos salas. En la sala pequeña, el visitante se adentra en el universo más íntimo del artista: decenas de dibujos realizados desde los años ochenta hasta hoy. Son apuntes de pequeño formato, los típicos de 20 x 10 cm —lo que hoy se conoce como sketches—, donde se registran ideas, intuiciones o pensamientos fugaces. Obras inconexas entre sí que, sin embargo, revelan la continuidad de una mirada. Todos estos dibujos dormían ocultos en una gaveta, y hoy, por primera vez, se abren al público.

La temática de la exposición se mueve, en su mayoría —alrededor de un noventa por ciento—, entre el realismo mágico y el surrealismo, aunque el artista reconoce que estos términos, en cierto modo, resultan ya anacrónicos. Sin embargo, en su obra siguen siendo lenguajes vivos y fecundos, capaces de expresar ese mundo subjetivo y onírico que habita en la frontera entre lo real y lo imaginado.

Las piezas de la segunda sala, realizadas en distintos formatos y técnicas —casi siempre sobre superficies de DM—, conforman una selección muy personal. En ella confluyen las obras creadas durante el último año junto a otras que habían viajado a exposiciones colectivas y permanecían dispersas. Reunirlas ahora en un mismo espacio es, para el artista, algo más que una simple muestra: es un reencuentro afectivo, una forma de reunir a sus obras como si se tratara de una familia que vuelve a encontrarse después de un largo tiempo.

Técnicas: de dentro hacia fuera

Cuando le preguntan por qué comparte con tanta generosidad sus técnicas de trabajo e investigación, Conrado responde con una metáfora culinaria: “Hago como los chefs de hoy en día, que no dudan en compartir sus recetas. Antiguamente los trucos se guardaban como secretos, pero para mí eso no tiene sentido. Lo importante no es la técnica en sí, sino lo que cada uno es capaz de hacer con ella.”

Su método creativo se basa en la libertad y la intuición. Nunca realiza bocetos previos para sus obras pictóricas —trabajos en pintura plástica, acrílico o esmalte acrílico—. Prefiere partir de la abstracción, dejando que los colores y las formas iniciales le conduzcan, poco a poco, hacia la figuración. A veces existe una temática preestablecida, pero muchas otras la composición surge de manera improvisada, en pleno proceso de ejecución. En cambio, sí recurre al boceto cuando se trata de escenografías, murales o acuarelas, disciplinas que exigen una planificación más estructurada.

En la primera sala, los dibujos están realizados con grafito, bolígrafo y lápiz, revelando la inmediatez del gesto y la precisión del trazo. En la sala principal, aparecen obras en acrílico sobre DM, acuarelas tradicionales y otras sobre madera blanca, donde explora distintas calidades de la superficie.

Dentro de su constante búsqueda técnica, Conrado ha desarrollado una línea de trabajo muy personal en el ámbito del dibujo:  “He investigado con conciencia las técnicas al carboncillo y al lápiz compuesto sobre madera pintada con imprimación acrílica blanca. Este soporte ofrece unas características muy especiales: requiere un tratamiento cuidadoso para poder sellarlo y, al mismo tiempo, permite obtener una enorme sutileza a través de veladuras. El resultado es un dibujo que puede fijarse, barnizarse y sellarse, manteniendo su profundidad y su textura.” revela con entusiasmo.

A sus alumnos les transmite una enseñanza que resume su manera de mirar: “Cada vez que se acerquen a un cuadro, observen de dentro hacia fuera. No se queden solo con lo que se ve. Intenten descubrir los pasos que el pintor fue dando hasta llegar a la obra final.”

Cerrando círculo

En el recorrido vital y artístico de Conrado, el período comprendido entre 1984 y 1989 resulta decisivo. En 1987, animado por los artistas Ramiro Carrillo y Emilia Martín Fierro, se presentó al Concurso de Pintura de Acuarelistas Noveles organizado por el Círculo de Amistad XII de Enero. Su talento fue reconocido con el primer premio, que incluía una dotación económica y, sobre todo, la oportunidad de realizar una exposición individual al año siguiente, en 1988.

Aquella muestra marcó el inicio de su trayectoria profesional, y es precisamente por eso que, al cumplir sesenta años el 16 de octubre, decidió inaugurar Abriendo Gavetas en el mismo espacio. Era su manera simbólica de cerrar un ciclo vital y artístico, regresando al lugar donde todo comenzó.

A partir de entonces, y mientras sustentaba a su joven familia, Conrado encontró en el arte su medio de vida. Las exposiciones y la pintura constante se convirtieron en su principal sustento. Se adentró en el ámbito de la decoración artística y la escenografía, colaborando con el Centro de la Cultura Popular Canaria en la realización de murales como el dedicado a Los Sabandeños.

En 1995 inició una nueva etapa como profesor de pintura en la Escuela de Arte, compaginando la docencia con su producción artística. Entre 1998 y 2000 impartió clases también en Lanzarote y La Palma, trasladando su pasión por el arte a nuevas generaciones.

Su primer relevo docente fue a Concha María, quien más tarde se convertiría en directora de la Escuela de Arte y esposa del pintor Víctor Esquerro, autor de los dos cuadros que habían inspirado profundamente a Conrado desde su infancia. El destino, en una de esas casualidades poéticas que parecen cerrar círculos, hizo que con el tiempo se hiciera muy amigo del hijo de aquel pintor, también llamado Víctor Esquerro. Además, el crítico de arte, Joaquín Castro fue el primero en escribir un texto profesional sobre su obra con motivo de la exposición de 1988. Hoy, décadas después, Castro dirige la Sala de Arte del Círculo de Amistad XII de Enero, reforzando ese hilo invisible que une pasado y presente.

Otro lazo significativo es el que lo une a José María Cabrera, sobrino del artista Juan Galarza, quien presentó su primera muestra individual en 1988. Cabrera, pintor en el Taller Litográfico Romero, le propuso en 2025 organizar una exposición póstuma dedicada a su tío, con obras inéditas realizadas entre 1971 y 1975. Aquella colección, de estilo impresionista alemán, había permanecido oculta por deseo del propio artista. Esa idea de “obra oculta”, de algo guardado que finalmente se revela, resonó profundamente en Conrado y se convirtió en una inspiración directa para Abriendo Gavetas. Todo parecía encajar: causalidad más que casualidad, el círculo iniciado en 1988 encontraba su cierre en 2025.

En su formación y evolución pictórica también resultaron decisivas las influencias de Miguel Arocha, maestro de sólida técnica, y del arquitecto y acuarelista Facundo Fierro, gran exponente del surrealismo insular. Siguiendo su estela, en 1994 Conrado presentó una exposición individual de acuarelas surrealistas con motivo del V Centenario de la Fundación de Santa Cruz de Tenerife. En esa serie, inspirada en los homenajes de Fierro a la cultura canaria, la figura humana —especialmente la femenina—  se convirtió en hilo conductor, dando lugar a una temática propia que acabaría por distanciarlo de sus referentes y consolidar su sello personal.

Hoy, Abriendo Gavetas no es solo una muestra: es el eco de un viaje de más de tres décadas, un retorno al origen donde cada etapa, cada maestro y cada obra dispersa convergen en una misma sala, cerrando un círculo que comenzó en 1988 y encuentra su plenitud en 2025.

Conrado Díaz Ruiz nos habla, en este vídeo, de su exposición Abriendo Gavetas y mucho más…

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