

Cuando vemos una exposición temporal con frecuencia tratamos de definir la naturaleza de la pintura que tenemos delante, aprisionando conceptualmente, en forma de palabras, lo que la mirada presencia de forma desnuda, pura. Así que solo decido mirar. Con este interés me aproximo, me detengo, me adentro en las obras de este pintor catalán de poca producción que ocupa un lugar destacado en la historia del arte contemporáneo español. Por primera vez es presentado en el archipiélago canario, con motivo del centenario de su nacimiento, constituyendo una oportunidad única para el visitante insular de recrearse ante unas obras que invitan a ser contempladas de la manera en que fueron pintadas: con calma y serenidad.

Plein-air en la infancia
Perteneciente a una familia burguesa de banqueros su padre Magí Valls, licenciado en Filosofía y Letras, fue traductor y periodista fundador del diario El Matí. En su infancia, si bien padeció los bombardeos de la Guerra Civil, vivió una Barcelona diferente a los niños de su edad que habitaban la zona centro. Como no iba a la escuela, tenía mucho tiempo libre y tuvo la suerte de que vecino a su casa se instalase el escultor suizo Charles Collet, quien se hizo amigo de sus padres. Este artista ginebrino, que desde el año 1923 vivía en España, había participado en el cubismo y luego sería fundador del centro educativo de arte y diseño la Escuela Massana, convirtiéndose en el primer y único maestro de Xavier Valls. Mentor y amigo, Collet instruyó a fondo a su joven discípulo, haciéndole dibujar en un cuadernito detalles copiados del natural. Juntos, con sus caballetes a cuestas, recorrían los alrededores de Barcelona pintando flores, hojas y paisajes.


El Novecentismo
Nuestro protagonista creció en Cataluña, nutrido por un movimiento que apenas se conocía en Francia, el Noucentisme, cuyo nombre fue creado por Eugenio d’Ors. Movimiento literario entonces, pero en donde los pintores tuvieron pronto su rol que desempeñar, muy similar al manifestado en Italia por los pintores del Novecento alentados por Margherita Sarfatti. Fueron dos países del Mediterráneo que pretendieron, a principios del siglo XX, salvar y renovar su cultura propia. Maillol en Francia será uno de sus héroes. Fidelidad a los orígenes, a las raíces de un lugar, de una luz, de una tradición formal. Valls nunca abandonará el sentido del orden y de la mesura de esta estética. En la posguerra, fue pintado el primer cuadro de esta muestra, es una Marina con vela Latina de 1947, muy luminosa y noucentista.

Frecuentó a numerosos creadores catalanes inscritos, cada cual con sus matices, en ese horizonte de modernidad clasicista; pintores como Joaquim Suryer, referencia entonces importante para él, lo mismo que el propio Eugenio d’Ors y Vázquez Díaz . También conoció críticos de arte como Sebastia Gasch y diferentes musicólogos. Valls tomaba lecciones de piano en medio de toda aquella efervescencia cultural.
Dentro de su generación catalana, de la que siempre ha sido mucho más celebrada la vertiente abstracta, Valls frecuentó a los principales nombres de la figurativa como Marc Aleu, Jordi Curós, María Girnoa, etc.
La beca de la “liberté”
Acabada la Guerra, su padre, pese a ser un escritor creyente y moderado, fue sancionado perdiendo el carnet de periodista, lo que le obligó a tener que dar clases como profesor particular para mantener a la familia. A pesar de los contratiempos familiares, Xavier bajaba muy a menudo a la ciudad para asistir, en especial, a las reuniones que tenían lugar en el Instituto Francés de Barcelona, centro al que acudían muchos jóvenes que luego constituirían lo más granado del arte y la cultura catalana del momento. En 1949 el historiador Pierre Vilar le consiguió una de las codiciadas becas francesas que tantísimo significaron, en lo material y en lo simbólico, para la generación catalana entonces emergente, traumatizada por la experiencia de la Guerra Civil, para la que París iba a representar una ventana a Europa, a la libertad y al arte moderno.

El París de Valls
Esta beca cambiaría su vida cuando decide quedarse en París. Residió primero en el Colegio de España de la Ciudad Universitaria, donde estaban entonces Eduardo Chillida, Pablo Palazuelo y Eusebio Sempere, la primera vanguardia de la postguerra. Sus relaciones sociales empezaron siendo con los exiliados españoles, a los que frecuentó en el Sélect y otros cafés de Montparnasse, así como con los artistas pretencientes a la Escuela de París desde los años veinte, época en que los llamaban “los picasseños”. A prácticamente todos ellos, incluso a los que no vivieron en España durante el período 1931-1939, se les encuentra en iniciativas de apoyo a la República en Guerra. La más conocida fue el pabellón español de la Exposición de París de 1937, presidido por el Guernica de Picasso, además de otras de signo antifranquista como la UIE (Unión de Intelectuales Españoles) con su correspondiente boletín.

Agenda prodigiosa
Fue un pintor muy centrado en su estudio, pero en su deambular por la capital francesa conoció a un sinfín de personalidades de diversos países. Frecuentando diferentes tertulias, la más decisiva en su formación intelectual fue la que en el café Mabillon, del boulevard Saint-Germain, presidía el marqués de Villanova, Rafael Lasso de la Vega, poeta sevillano, modernista y ultraísta de noble estirpe. Allí conoció a figuras de primer orden: el poeta dadaísta Tristán Tzara, el gran escultor Alberto Giacometti, el pintor Luis Fernández, la escritora y pensadora María Zambrano… Valls, amigo de conversaciones, participó con asiduidad en aquellas charlas de café.
En 1966 gracias a su amistad con el fotógrafo y cineasta William Klein actuó en la película “Qui êtes-vous Polly Magoo?”, conociendo a Simone Signoret y Costa Gavras.
En 2023 se publica Diccionario Xavier Valls, que pretende acercarse a la biografía del pintor a través de un amplio abanico de personas (artistas, escritores, músicos, arquitectos, galeristas y familiares), lugares y hechos que lo autorretratan


Entre París y Horta
Tras vivir en la banlieue, concretamente en Ecouen y un breve intermedio en una “chambre de bonne” en el corazón de Montparnasse, rue Campgne-Premiere (donde tuvieron su estudio, entre otros, Eugene Atget, Man Ray u Óscar Dominguez), en 1951 a la edad de 28 años decide mudarse a un apartamento, en el Quai de l’Hotel de Ville, donde vivirá hasta 2006, fecha en la que falleció con 82 años. Este edificio del siglo XVII, refugio para muchos cuando no tenían donde meterse o iban de viaje, está situado frente al Sena y la isla de Saint-Louis. Desde allí, pinta lo que se ve por las ventanas del propio estudio en todas las estaciones. Paisaje urbano que tanto trazó por su armonía y su quietud, recreándose en la arquitectura de los bloques de apartamentos de la isla, en esa otra arquitectura móvil de las péniches o barcazas del Sena, en el rumor de los árboles bajo de las ventanas de su apartamento, en las cajas metálicas y negras de los bouquinistes y, naturalmente, en la maciza silueta de Notre Dame.
Valls amaba París, pero para su equilibrio vital necesitaba de sus estancias veraniegas en su casa con jardín en Horta, inspiración de muchos de sus cuadros pintados al óleo o a lápiz. En este proyecto expositivo nos hablan de ella el lienzo La puerta de cristal Horta 1966 y el dibujo del mismo título de 1980, así como otro lienzo misterioso, Jardín con tilos, Horta 1967. Se constatan como visiones todas ellas de una gran serenidad. Su barrio natal es evocado por el pintor en un tercer papel delicadísimo aquí presente, Casa a Horta, 1993.



Retratos familiares
Su día a día entre el taller, el trabajo y las tertulias de café sufrió un cambio transformador cuando en 1956, durante un viaje al Ticino, conoce a la italo-suiza Luisangela Galfetti, de la que se enamorará al instante y con la que se casará dos años después convirtiéndose, a partir de ese momento, en pieza clave de su vida y obra. Luisa, su musa, y más tarde sus hijos Giovanna y Manuel, que llegaría a ser primer ministro de Francia, serán prácticamente los únicos modelos del pintor.
“Una de las obras simbólicamente más importante de la presente muestra es Luisa y la Carta, 1973, uno de los varios cuadros y dibujos en los que ha representado a su mujer, en este caso sentada, en una atmósfera serena, y leyendo una carta”, señala Juan Manuel Bonet, comisario de la exposición.

Pintura en calma
Integrada por veinticinco obras –pinturas y dibujos- realizadas en el amplio período comprendido entre 1947-2006, la muestra propone una revisión de la trayectoria de este singular artista, mostrando así las tres épocas fundamentales de su recorrido pictórico en las que se pueden apreciar las claves formales de su trabajo: economía de medios, rigor, limpieza y contención de un momento preciso, de una luz para siempre captada y reinventada.
Fueron tantos los senderos recorridos por este pintor de oficio… Trabajar casi en la infancia por los viñedos de Horta con Charles Collet; aprender las artes aplicadas en la escuela Massana; pintar el vitral y el fresco con Busquets; diseñar orfebrería con Ramón Sunyer; iniciar con Carme Ribas el aprendizaje del piano; amistades con poetas, músicos, arquitectos o escultores. Todo ello desembocó en una pintura muy plástica y enriquecida de infinitas sugerencias, pero siempre realizada lentamente, con su paciencia característica, en el silencio de su casa- taller.
Ventana de invierno sobre el Sena, 2006, será la obra más tardía de las reunidas aquí, con la que culmina un dilatado ciclo de interiores con vistas. Pintado el año mismo en que, dos días antes de su cumpleaños, fallecía en su casa de Horta.


Creador Intemporal
La personalidad humana y cordial de Xavier Valls, amigo íntimo de poetas y artistas de vanguardia, se refleja en su obra de trabajada factura, la cual, al igual que su vida, discurre sin grandes alteraciones dentro de un marco sereno y propicio a la meditación. Cuenta en sus memorias que hubo ocasiones en las que al contrastar su pintura con la realidad del momento se llegó a preguntar si debía o no continuar en la línea que se había trazado, o por el contrario escoger una vía de expresión diferente, acorde con la que otros podrían considerar más moderna. Su resolución fue la de ahondar en lo que le daría a su arte un valor de permanencia: su trasfondo metarrealista. Ejemplo claro de pintor que, atento a sus propios dictados internos, nunca se distrae o desvía de su camino. En esta época el escultor Alberto Giacometti y el pintor Luis Fernández le animaron a mantener su propio estilo dentro de la figuración.
Etapas pictóricas
Su obra pone en evidencia su patente interés por el cubismo y las tendencias constructivistas que evoluciona hacia una figuración intimista, articulada sobre una base geométrica, marcada por puertas y ventanas entreabiertas, sillas, objetos de uso cotidiano, el caballete y otros útiles del oficio, jarras, floreros…
La primera etapa, desde los años cuarenta hasta finales de los cincuenta, fue período de realismo concreto, de claroscuros y fuertes valores plásticos. Pinta por esta época temas arquitectónicos de formas geométricas simples, paisajes de casa con jardines, de fábricas de Horta. También pinta bodegones con enseres domésticos. A la vez también aparece el tema de las puertas y ventanas, leitmotivs de su obra. Es un período de pastas espesas y pinceladas gruesas, cargadas de color y con luces y sombras acentuadas. Ejemplos de esta etapa: el óleo de 1952 Fabriques a Clignancourt, que evoca un suburbio de la metrópoli, con sus chimeneas y muros de fábrica y escasa vegetación. Los dos cuadros, de 1958, de fuerte dominante geométrica y cromáticamente entre blanquecinos y grises, Muelles de París y Barcazas en invierno, constituyen buenos ejemplos de este apartado singular de la producción vallsiana. En el primero, los edificios son convertidos en geometría “muda”, en el sentido de que desparecen incluso las ventanas, una licencia que seguirá practicando hasta bien entrados los sesenta, y que contribuye a la atmósfera densamente metafísica de sus cuadros.

La segunda etapa, durante los años sesenta, es aquella que puede considerarse más abstracta. Valls geometriza la naturaleza, transcribiendo la realidad de una forma esquemática. El resultado fueron unas pinturas más pálidas y diluidas, de factura delgada, de materia extendida en capas muy finas, de superficies continuas y lisas, de pasta muy poco apretada. Los paisajes de montañas, valles y lagos de Suiza dominan este período, sin embargo un pequeño cuadro se sale de esa tendencia, La tetera, 1963 con su limón delante.

La tercera etapa es la que se inicia en los años setenta, la de la plenitud total del artista. Con un dominio absoluto de la armonía, del color y de la forma, logra conjugar a la perfección volumen, luz y espacio. Sus cuadros, de pinceladas breves y luminosas, de apretados toques de color, son prodigiosos tanto por su composición como por su pigmentación. Los blancos, los grises perla, los amarillos limón y rosas se compenetran en los azules cristalinos como aguas marinas.
Entre las obras de Valls aquí presentes, hay dos acuarelas diminutas de 1979. La primera representa un bol o taza de porcelana blanca con una franja y una línea paralelas pálidamente azules. En la segunda, Bol y candelero.
Un velo sutil opera también en los cuatro bodegones impregnados de serenidad, de vida quieta, de cotidianeidad trascendida que invita a la meditación: Mesa con frutero, 1975, Limón y tiesto con tomillo, 1984, Almendras verdes 2000 y Cuenco con pinceles y manzanas, 2001.,

Parajes
Aunque es más conocido por sus interiores, bodegones y vistas urbanas, en esta exposición está también presente el Valls paisajista con el tema de las canteras: La cantera rosa, 1965, Vieja cantera 1998, y un paisaje del Penedés, 1983. Las panorámicas de formato mínimo son el resultado de un proceso iniciado por rápidos apuntes del natural y por fotografías (la cámara como “lápiz auxiliar”), tomados desde paradas en carretera, altos en los trayectos hacia la ciudad condal. Una única escena nos habla aquí de Mallorca, con algo entre simbolista y seuratiano.
También se pueden ver las obras más tardías de Valls, sus vedutas venecianas, dos coloridas y luminosas Sotoportego, Venecia y Callejuela, Venecia, ambas de 2005.


Vanitas vanitatum
La vanitas, otro motivo de mucha tradición en nuestra pintura, que fue cultivado por Picasso, Luis Fernández y Villató, lo es también por Valls y Cristino de Vera; temática aquí representada por un óleo, Vanidad 1996, en que un cráneo aparece misterioso, irrealmente representado dentro del espejo, flotando cual aparición surrealista se tratara, y en el que sobre una mesa coexisten un bol, un candelero y una rosa, símbolo también presente en la obra de Cristino de Vera y que evoca la brevedad de la vida.


Con ocasión de una de las exposiciones de Valls en la galería Juan Gris de Madrid, Aurora Ciriza, la mujer del pintor Cristino de Vera, recuerda con cariño la única ocasión en que ambos artistas cruzaron sus rumbos, y cómo el pintor barcelonés le dijo a su marido: “… estamos en el mismo rio”. Una vez más Valls y Cristino de Vera, autor de camposantos castellanos, se reconocen en la obra Cementerio de Arta, 1978.


Colores tonales
Valls consigue en los tonos el más preciso equilibrio: entre la viveza y la suavidad, entre las luces y las sombras, degradando o quebrando las tintas, entre la unidad tonal general y el color local de cada elemento, esta vez haciendo que en cualquiera de las tintas participen levemente los reflejos de las otras. De ahí las elegantes y sobrias armonías cromáticas de sus lienzos.
Y el color, por una búsqueda esmerada de tonos gris-verde, gris-azulado, rosa aterciopelado, ocre ceniza, parece que no quiera traicionar la especificación material o inmaterial de las frutas, de los cobres o del cielo.

Luz tamizada
Valls es un pintor de interiores en calma, limpios, luminosos, silentes; figuras y objetos dotados de un aura luminosa y poética, envueltos por una luz que define sus perfiles, incide en sus superficies y los “diluye”.
Otro motivo central de su obra fue la luz parisina, de la que dirá al galerista Fernández- Brasso (que en su día expuso a Valls y a Cristino de Vera): “La luz de París me gusta mucho… y yo tengo la suerte de verla entrar por mis ventanas”. Fue un excepcional intérprete de esa fría luz plateada del norte.

La mirada vallsiana
Se suele diferenciar, desde la segunda mitad del siglo XIX, la pintura de taller y la pintura de interior. En la primera el artista escenifica el mundo con sus accesorios, sus actores o sus modelos y mediante sus ficciones se desenmascara él mismo, forzosamente. En la segunda se conforma con observar lo que le rodea desde su casa, permanece ahí, no cambia de lugar los muebles, se protege en su intimidad viajando alrededor de su habitación, de su apartamento, de sus allegados, pero también de sus ventanas, construyendo un mundo con lo percibido a su través. La obra de Xavier Valls nos coloca ante lo esencial con su extraordinaria pintura de interior.
Tres ejemplos notables de la mirada de Valls sobre la intimidad de su propio hogar los vemos en: Interior del taller con anémonas, 1963, con sencillas flores amarillas en un jarrón delante de una de las ventanas y de su correspondiente cortina filtrando la luz del día, que propicia una melacólica nota de intimidad; Mesa con frutero, 1975, donde la gran protagonista es la luz, que en este caso entra por la ventana a la izquierda también tamizada por una cortina; y La silla y el bodegón del quinqué, 1993, cuadro austero, escueto, frontal y monumental.

Dominar el instante fugitivo
Su obra no busca la provocación del inconsciente sino más bien la integración de la realidad en su representación de un instante que nunca cambia, quedando así retratada la propia efemeridad. No hay estridencias, ni altibajos, ni brochazos temperamentales; una pincelada homogénea y minuciosa, recubre la total superficie de la tela. Los paisajes mismos donde predominan el cielo inmenso y el gris guateado de las nubes, son a la vez tanto huidizos como precisos, lejanos e inmediatos.
El filósofo Vladimir Jankelevitch, ante la obra de Valls, se hizo una pregunta retórica: “¿Cómo llamar a este mundo onírico donde las cosas pasan a ser seres vivos?…”; respondiéndose: “Yo diría bien que su nombre es Dulzura”.

Como evidenciamos una y otra vez en lo dicho hasta aquí, la quietud, sutileza y docilidad en que están imbuidas las obras de Xavier Valls son un ejemplo poco común de autenticidad frente al mundo, compartida por el pintor que da nombre a la entidad donde se presenta la exposición, la Fundación Cristino de Vera-Espacio Cultural CajaCanarias. Es por ello interesante por partida doble el visionado de unas obras poco conocidas, en cuya belleza serena podemos reposar de la abrumadora proliferación de la modernidad.