

“No puedo dejar de pintar, me siento pintor, lo que pinto es lo que siempre quiero pintar, que lo haga bien o mal es otra cosa”, exclamó un día nuestro artista canario, que ante cualquier crítica peyorativa tomaba impulso para volar más alto. Una cita que representa el espíritu libre de un ser humano que vive sin complejos y hace verdaderamente lo que le brota del corazón, guste o no.
Con un brochazo preciso y ajustado tanto dentro como fuera del lienzo de su vida, Pedro González, uno de los creadores contemporáneos más destacado de Canarias, fue un hijo inquieto del archipiélago. Tuvo que emigrar en 1957 a Venezuela desde una España que ofrecía muy poco a las almas inteligentes y progresistas como la suya, que se ahogaban en una dictadura coercitiva que disipaba los aires de bonanza que se vivían más allá del territorio nacional.


Ciudadano Dinámico
Carlos Díaz Bertrana, uno de sus grandes estudiosos dijo de él: “Siempre ha estado comprometido, con el arte y con la sociedad de su tiempo. Contra la turbiedad de la mirada indiferente pinta Pedro González”.
Político y disidente intervino en polémicas, fue un exiliado moral en Venezuela (donde nació su hijo Pedro Zerolo), creó tertulias y editoriales, dirigió páginas literarias… Fue un ciudadano que intervino para remover, para acabar con la indiferencia, para crear conflicto y agitar la quietud canaria. En la posguerra y en el franquismo Pedro González mantuvo (con Pérez Minik y otros) la llama de la voluntad republicana, y ya en democracia, nuevamente no soportó la desidia civil y siguió laborando para que su espíritu disconforme con la apatía imperante contagiara hacia una acción renovadora.

Estremecimiento
El proyecto expositivo, de esta forma titulado, tiene el objetivo de contribuir al conocimiento de un artista que, además de haber sido profesor, fue el primer alcalde de la etapa democrática en el municipio de La Laguna, obligaciones que cumplió siempre sin dejar de lado sus pinceles. Está integrado por 25 obras centradas en uno de sus períodos más creativos. Esta indagación de los inicios de su obra (Icerse) y del extenso ciclo posterior (Cosmoarte) muestra su obra más temprana con trabajos al pastel, monotipos, pinturas, gouaches y litografías realizados entre 1954 y 1985. Desde los años 50 que empieza con el abstracto hasta el siglo XXI va derivando hacia un neofigurativo en el cual la austeridad cromática (ocres, volcánicos, rojos, marinos) y las composiciones rigurosas permanecerán toda su trayectoria creativa.

Pionero de la Abstracción
A su regreso a Tenerife, en 1961, comienza su famosa serie Icerse que marcará un hito en su carrera. Abandona la figuración expresionista que había practicado para investigar en primera instancia el acto mismo de pintar, dando lugar a una total abstracción.
La palabra Icerse remite a una zona de Candelaria donde Pedro González había comprado una finca. Allí acometerá una serie de ensayos sobre papel que llamará “monotipos”, en gran medida influenciados por la experiencia directa del arte contemporáneo internacional en Caracas y sobre todo por su descubrimiento del grabado y el arte japoneses. En los “monotipos” hace uso de las estampaciones para estructurar los espacios en los que desarrolla escenas, con o sin figuras, donde actúan las manchas y el dibujo. Aquellos más experimentales y azarosos que protagonizan solo manchas, como el de 1961 que se expone, abrirán la esclusa a una iniciativa insólita y venturosa que determinará su pintura con un toque propio y universal, incidiendo en la pintura abstracta y espacial, que se prolongará hasta 1963.

Cosmoarte
A raíz de unas imágenes de cosmonautas en el espacio exterior que llamaron la atención del artista, en 1964 da comienzo su etapa más importante, que se prolongó más de 20 años.
En unas declaraciones realizadas en 1985 a la revista Hartísimo, Pedro González afirmaba que “el Cosmoarte es… una línea cósmica de estremecimiento de las cosas”, remitiendo a Rubens, el Greco, Velázquez, Van Gogh…, un “estremecimiento” que se extenderá hasta finales de los ochenta.
“Esas masas empiezan a moverse, a coger más color, antes eran prácticamente grises, casi con luz crepuscular. Empiezan a coger más colorido, se dinamiza y aparecen formas más o menos antropomorfas, al principio recuerdan como a unos esqueletos que, poco a poco, van evocando a astronautas. Formalmente está pasando de la abstracción a la neofiguración”, esclarece Díaz Bertrana.

Intensa Vida Cultural
En 1962 fundó con Enrique Lite, Miguel Tarquis y Antonio Vizcaya el Grupo Nuestro Arte con un espíritu crítico hacia el inmovilismo estético de las instituciones del momento. Llevados por la necesidad de una evolución tanto artística como cultural en las islas y cansados ya de las reiterativas exposiciones populistas, arte que en aquellos momentos estaba representado por sus profesores, Pedro de Cuezala, Mariano Cossío y otros pintores como Francisco Bonnín, consideraban que ya había cubierto una etapa y por tanto debían dejar paso a las nuevas generaciones de artistas con ideas de vanguardia.
Pretendían aglutinar a todos aquellos que tenían una idea moderna del arte, no un estilo. Todo aquel que entendía o que quería hacer pintura nueva y de vanguardia sin ser calificada de ninguna manera formaba parte de este grupo y su trabajo se iría definiendo dentro del mundo de la cultura. Intentaban enlazar y conectar con el Grupo El Paso (1958), en el que figuraban dos canarios: Manolo Millares y Martín Chirino.

Técnica
Sin fórmula para hacer cuadros e intentando cambiar estilos trataba de pintar sobre diferentes motivos tópicos tradicionales que fueran válidos para ensayar su propia pintura. Así, pintar su visión del Teide le supuso el desafío de retratarlo de la manera más fiel a su estilo y que el espectador pudiera percibir, más allá del gigante de 3,715 m, unas características de identidad en la obra que no evadieran su huella artística. “Es muy importante que si tienes que meterte a fondo en el lienzo, tienes que sacar lo mejor de ti mismo y ponerlo allí. Si les gusta a otras personas, muy bien, pero tienes que ser auténtico e intentar hacer una obra absolutamente tuya, aunque ser auténtico tampoco garantiza nada”, insistía González cuando resaltaba la importancia de ser genuino.
Su mayor preocupación a la hora de enfrentarse a un lienzo era su composición y el encaje de lo que denominó “elementos básicos”; esto es, “la situación en el plano pictórico”, al igual que lo hicieron Tapies o Barceló, y “otros que se preocupan de colocar la mancha, la forma o el dibujo en el cuadro”.
En su proceso de investigación creativo el artista utiliza muchas capas finas de pintura que después raspa o echa manguerazos con la intención de crear curiosos efectos pictóricos, haciendo aparecer debajo ciertas texturas, profundidades y matices.

Influencias
Recibe influencias del arte contemporáneo internacional, que en Caracas es muy activo en ese momento, así como inspiraciones procedentes del arte japonés que se reflejarán tanto en la serie Icerse como al principio de Cosmoarte. Asimismo, por su extraordinario control del hecho pictórico, siempre admiró al gran pintor barroco Diego Velazquez.
Sin haber creado escuela, Pedro González influyó mucho en la generación de los 70, incluso en la forma de organizar el espacio pictórico. Como pintor y como profesor aportó interesantes elementos modernos a la pintura de esta parte de la macanoresia.


Educador de Conciencias
Otro aspecto importante del creador lagunero fue su labor pedagógica, primero, como profesor de Arte en la Escuela Superior y, más adelante, en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna, de la que llegó a ser Decano.
Fue un intelectual que transmitió su pintura y sus conocimientos del oficio a través de la enseñanza y de los artículos que publicó en los periódicos en los que hizo alegato del pensamiento del arte moderno. Orientó en la forma de componer los cuadros según los criterios de la vanguardia. Quienes lo conocieron saben por sus actos que fue un artista comprometido con el arte y con la sociedad de su tiempo. Se erigió cual brújula indicando la dirección de nuevas corrientes contemporáneas que latían en otras latitudes e inmantó con su tesón una determinación creativa que se verá materializada en su extenso patrimonio.


Carlos E. Pinto, comisario de esta fascinante apuesta expositiva, considera que hay que “mantener encendida la llama de este gran artista porque, si no, irá entrando poco a poco en el olvido”. Nos recuerda que “dentro de cinco o seis años será su centenario” y alega que “podría ser esta una buena ocasión para –con tiempo– ir catalogando y revisando su obra y que alguien la investigue a fondo”. El privilegio de su visionado podría ayudar a que esta encomienda se haga realidad.